EL TRASTORNO NEGATIVISTA DESAFIANTE: LA AGRESIÓN COMO DEFENSA
Todo empieza con el placer de la negación, el placer intenso de la posición desafiante de “a todo lo que me propongan mi respuesta es no”. Torrentes de adrenalina, noradrenalina, cortisol, serotonina, acetilcolina y el aumento de la respiración y del ritmo cardíaco hacen saltar las alarmas, estamos estresados y nuestro cuerpo se activa para defenderse rechazando. A veces la tolerancia a situaciones agresivas se normaliza en la rutina familiar y aparece el «quiero más» en forma de agresiones verbales o físicas.
El negativismo está conectado con una fijación en la etapa desafiante de los dos años (la etapa anal del desarrollo freudiano). Bajo ese esquema de «Yo hago lo que Yo quiero porque Yo me siento omnipotente» aunque sólo sea llevar la contraria, muchas personas quieren controlar y crecen creyendo que lo importante es llevar siempre la razón, y eso puede resultar tan placentero como desadaptativo. Desde esa posición egocéntrica no aprendemos a incorporar diferentes puntos de vista y la opinión de los demás siempre se vive como una amenaza de la que nos debemos defender. La dificultad de la persona para sentirse integrada como un miembro más refuerza la falta de empatía y favorece la baja tolerancia a las frustraciones. Para defendernos de nuestra propia inseguridad nos volvemos maniáticos y agredimos a los demás. (La defensa maniática de la persona basada únicamente en la agresión).
El rechazo se agudiza desde lo paranoide y el caos se establece como defensa ante los estados ansiosos que genera el no saber cómo gestionar emocionalmente la ira que experimenta la persona; para liberar esa angustia necesita realizar descargas descontroladas de energía, algunas muy violentas hacia los demás o hacia sí mismas, y todo para no explotar por dentro, para no desintegrarse como persona. La hipótesis más probable es por no estar bien conectados a la realidad desde la relación de apego principal; todo por eso y sólo por eso, por no sabernos queridos, por temer ser rechazados y por tanto destruidos. Tanta agitación se convierte en estrés, en movimiento no controlado (kinesia) y en tensión emocional.
Discutir desde la dialéctica puede ser también una forma de agresión si sólo se plantea como oposición al principio de autoridad elemental. Es una alteración, una anormalidad en el orden jerárquico y en el rol que debe desempeñar cada miembro en toda estructura de relación social o familiar. Es una tosca y a veces agresiva manera de comunicarnos que puede llegar a ser agotadora (más estrés).
Demasiado estrés o muy continuado puede provocar enfermedades o cuadros desadaptativos tipo TDAH o TDA. Nuestro cuerpo aprende a defenderse del estrés a través de la somatización como expresión de un estado emocional, y si sólo tratamos sus síntomas estaremos ignorando su origen; esto provocará que la enfermedad se cronifique porque la aceptamos y nos habituamos a convivir con ella, y eso además de insano es peligroso.
Aunque educar pueda parecer incómodo o difícil, más incómodo y frustrante será luego si no lo hacemos bien desde el principio ya que puede ser destructivo para ambas partes. Crecer en una realidad que nada tiene que ver con lo que después deberá afrontar la persona es impedirle que pueda tener acceso en su futuro a una vida placentera y serena, es empujarla al fracaso ante sí y ante los demás.
Nuestros hijos no están aquí para discutir ni agredir sino para aprender de nosotros y respetar nuestro criterio, es decir, para ser educados, para respetarse a sí mismos y a los demás. Ahí es donde debemos centrar todo nuestro esfuerzo, en el respeto como un medio y al mismo tiempo como un fin.
Es más feliz quien se valora que quien tiene que darse a valer.
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